Soy un apasionado de las manos.
Las manos del ser humano son un prodigio. El sólo hecho de poder enfrentar el pulgar con cada uno de los demás dedos ya las convierten en algo único. Las posibilidades de aprehensión son enormes. Sus movimientos, asombrosos. La extraordinaria precisión con que pueden realizar cada tarea sería causa de asombro, salvo por lo acostumbrados que estamos a ellas.
Si el ser humano es lo que es, es gracias a sus manos.
Y, además, son portentosamente expresivas. Pueden adoptar infinidad de formas y moverse de diversas maneras; además, podemos combinar esas posturas y movimientos con fluidez, pesadez, fuerza, ligereza…
Y todo ello, cuando se combina para un masaje, se multiplica.
Porque se adaptan a cada superficie, a cada accidente, cada curva, cada saliente. Y escuchan. Con un poco de atención se adapta a cada persona, a cada necesidad.
En un mundo de aparatos, en donde cada vez se inventan o mejoran aparatos que siempre aplican la misma superficie y el mismo tacto a cada persona, más necesarias son las manos. Porque comunican, porque sienten, porque ofrecen justo lo que se necesita en cada momento. Es una comunicación de ser humano a ser humano.
En la Escuela de Masaje Facial Japonés, en donde insistimos en la capacidad de la mano para escuchar, todo esto es una obviedad. Nada, absolutamente nada, puede compararse a la arquitectura, a la sensibilidad, al tacto, a la firmeza, a la decisión y a la precisión de las manos. La mano estimula el rostro, aumentando la temperatura del tejido facial; suelta la musculatura, disolviendo las tensiones; proporciona calor humano confortando y provocando sosiego; es capaz de estimular el abandono muscular que a la postre culmina en la más profunda relajación.
Sí, decididamente soy un apasionado de las manos y lo que pueden conseguir.
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